Antes de leer el texto
La patria robada: cuando la única contrarreloj de las vacaciones era la del Tour
La eternidad del verano era un placer al alcance de cualquier bolsillo y consistía en no hacer nada

PÁRRAFO 1:
Preocupados por tenerlo todo el día en casa, enganchado a las pantallas y bajo la protección del aire acondicionado, convencimos a nuestro hijo de que se apuntara a un campamento urbano con sus amigas. El plan nos parecía inmejorable: un día entero entre juegos y a remojo en la piscina en compañía de sus cuates. Tan solo era una semana, para entretener la espera antes de irnos a la playa, pero ni eso aguantó. “Me ha encantado, no quiero volver nunca más” -dijo.
PÁRRAFO 2:
“En la playa y con honores / enterramos los relojes, / funeral por el despertador”, cantan Vetusta Morla en Tour de Francia, una evocación de los veranos eternos de la infancia de quienes ahora tenemos cuarenta y pico. No hay vacaciones con relojes. El campamento urbano al que apuntamos al hijo no solo le obligaba a madrugar a la misma hora que el colegio, sino que le impedía alcanzar ese estado alterado de conciencia en el que uno es incapaz de dilucidar si es jueves por la tarde o recordar si ya ha comido.
PÁRRAFO 3:
La experiencia de mi hijo y los versos de Tour de Francia de Vetusta Morla agrandan la conciencia de lo que hemos perdido. Desde que soy autónomo, no tengo vacaciones como tales (pagadas y con la tranquilidad de saber que te guardan la silla en la oficina). Tan solo dejo de trabajar —y de facturar— unas semanas. Soy en verdad afortunado, me apasiona lo que hago. Podría vivir otra vida, pero escogí esta. No podría perdonarme, sin embargo, que las vacaciones de mi hijo fueran menguantes. Se han escrito bibliotecas enteras sobre cómo el tiempo de ocio se ha convertido en negocio y hay muchos trabajos que exigen una conexión ininterrumpida, pero muy pocos pensadores se han ocupado del efecto que esto tiene en los niños, obligados a seguir el ritmo de unos padres que caminan dando traspiés de tanto revisar el correo de la oficina en el móvil mientras van a la playa.
PÁRRAFO 4:
Mi hijo pudo excusarse y quedarse en casa, huyendo de la tiranía del tiempo del campamento y apelando a unos padres complacientes que le consienten todo, pero muchos de sus compañeros no pueden porque sus padres los han apuntado allí para poder trabajar. No tienen abuelos ni un pueblo donde echarse a perder, y cuando termina el colegio se ven solos en una ciudad tórrida, sin más alternativa que alargar la rutina escolar sin asignaturas. Están bien atendidos y son privilegiados por disfrutar de un campamento que cuesta un dinero que pocos pueden permitirse. Hay otros chavales más pobres que se mueren del asco de formas más incómodas, pero los niños no están versados en la desigualdad social: solo sienten que el reloj sigue dirigiendo sus vidas, exactamente igual que un martes de febrero, y que eso tan celebrado llamado vacaciones es una ficción.
PÁRRAFO 5:
Vivimos en un mundo adultocéntrico (perdón por el palabro), donde todo se mide por los efectos que los fenómenos sociales tienen en los adultos. Basta recordar la crueldad inmisericorde con la que se trató a los niños durante el confinamiento y cómo los colegios fueron el último reducto de las mascarillas, cuando ya nadie las llevaba. Los niños son el furgón de cola de una sociedad que los ha expulsado de las calles y las plazas, donde ya no juegan a la pelota ni se pierden explorando la ciudad, y por eso lo que les sucede expresa mucho mejor lo que sufrimos todos.
PÁRRAFO 6:
Presionados por unos padres desbordados, los cursos escolares terminan cada vez más tarde y empiezan cada vez más pronto, dejando aquellos tres meses de estío en apenas dos. Los cuadernos escolares de repaso, que antaño eran un castigo para alumnos torpes, se han generalizado en forma de tareas, fichas y lecturas que cada profesor deja a sus alumnos en la plataforma digital del colegio, para que no desconecten del aprendizaje, y el ocio de muchos sitios de vacaciones es ahora activo, es decir, milimetrado, evaluado y controlado, y hasta los juegos han de ser didácticos y provechosos o no ser. Perder el tiempo, dejar que los relojes se derritan al sol como en el cuadro de Dalí, y atontarse al vaivén de la indolencia son pecados seculares de una época que ha contagiado a los niños su histeria hiperactiva.
PÁRRAFO 7:
Millones de recuerdos de infancia se confunden en esa memoria compartida evocada por la canción de Vetusta Morla que, poco a poco, se ha ido fragmentando. Cerrar todos a la vez por vacaciones, dejando de guardia solo a los servicios básicos, a los camareros, a los músicos que tocan de pueblo en pueblo y tal vez a un par de becarios que den una noticia en los periódicos, sería una hermosa forma de recuperar un sentido de tiempo vivido en común. Imaginar algo así es imposible en una época donde los algoritmos inventan un mundo ficticio a la carta para cada persona, los ciudadanos se han rebajado a la categoría de clientes y los propósitos colectivos se han sustituido por el instinto de supervivencia a corto plazo. Tal vez si echamos un ojo a esos niños con reloj, preocupados por llegar a tiempo a las clases de surf y de inglés a las que los hemos apuntado en la playa para que no se pasen el día holgazaneando, comprendamos que les estamos negando la nostalgia de su futuro. Ninguno de esos niños sin vacaciones escribirá unos versos como los de Vetusta Morla ni los cantará en un estadio sintiéndose parte de una patria común.
Quizá no nos lo perdonen nunca.
Copyright Elpais.es Enlace al artículo. Publicada el 31/07/2022. Formato adaptado por ProfedeELE.
Artículo de opinión sobre las vacaciones de los niños de hoy en día comparadas con las de antes






1 comentario
maria
Hola! la actividad del crucigrama no está bien, los párrafos que se indican no corresponden. Deberían revisarlo. Gracias